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“Dos apuñalados en una pelea entre clanes gitanos”. “Detenidos 35 gitanos en una redada contra el robo de copas”. “Anciana herida en una agresión de tres gitanas”. Este tipo de titulares son muy habituales en la prensa de España, un país con más de 700.000 miembros del pueblo gitano.
Pero, argumenta esta minoría étnica, cuando el que roba o se ve involucrado en otro incidente desagradable no es gitano (un “payo” en el lenguaje de los gitanos españoles) la información no especifica su origen étnico. Afirman que al subrayar la raza del protagonista en las piezas policiales cuando son gitanos, los medios de comunicación están resaltando los estereotipos no deseados de esta comunidad.
“Para determinados colectivos es muy perjudicial la imagen social que difunden los medios de comunicación, e influye decisivamente en la construcción de estereotipos y en la perpetuación de prejuicios”, afirma Pilar Calón, de la Fundación Secretariado Gitano, y ONG que lucha por la igualdad y la inclusión social de las personas gitanas.
Y es que el estereotipo que la sociedad española tiene sobre los gitanos, como en muchos países de Europa, es que son personas que no quieren trabajar, sin formación, ni les interesa seguir las normas de convivencia social, dedicándose normalmente a la venta ambulante o al robo.
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A su llegada a la Península Ibérica, los gitanos fueron bien recibidos. Vivían en libertad y no sólo eran aceptados, sino que la gente del campo y los pueblos simpatizaban con ellos y comerciaban con ellos. Se apreciaba su destreza artesanal y su capacidad de entretenimiento.
La sociedad que encontraron los gitanos a su llegada es muy diferente a la que se desarrolló tras el fin de la Reconquista en España y la posterior unificación de las comunidades autónomas de Castilla y Aragón. La supremacía del cristianismo terminó más o menos con la coexistencia pacífica de diferentes culturas y religiones (judía, árabe y cristiana) que se sustituye por la intolerancia y la represión.
Ya no hay lugar para la intolerancia ni para no aceptar a los que piensan, hablan, miran o se comportan de forma diferente. Así, en nombre de la fe, los Reyes Católicos y la Iglesia utilizaron su política también conocida como Inquisición para defender a los que hasta hace poco eran los pilares ideológicos de las clases dirigentes en España. Se trataba de “un solo y absoluto poder político, una sola religión, una sola lengua, una sola cultura y, en consecuencia, una sola forma de ser y sentir”.
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Para comprender plenamente el papel que la colonización interna de los gitanos españoles desempeñó en la construcción del nacionalismo español, los críticos culturales deben analizar las fuerzas económicas y productivas que inciden en las prácticas discursivas que a su vez participan en la construcción de la identidad nacional. Reconocer la interdeterminación de los campos de representación—visual, literario, musical, histórico y antropológico—expone la construcción del imaginario gitano español. Pero para ver esta interfaz simbólica en su justa medida, como una forma de capital cultural con determinados valores de intercambio, necesitamos también analizar los contextos históricos de las definiciones de gitanidad. Es especialmente importante rastrear el colapso de las identidades gitanas en la identidad andaluza, que en el siglo XX pasó a representar la españolidad tanto fuera como, en cierta medida, dentro del ámbito cultural español. La construcción del imaginario gitano dependía de un diálogo intercultural e interdisciplinar que hasta ahora se nos ha escapado por culpa de enfoques excesivamente centrados en una sola cultura o enmarcados en un único enfoque disciplinar.
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DURANTE los años 90, vivía en medio de una gran comunidad gitana en La Latina, Madrid, cerca del mercadillo gitano. Mis vecinos de al lado eran la familia Carmona, parientes del grupo flamenco Ketama, y oíamos cantar, tocar la guitarra y taconear a través de las paredes. Aquí estaba la imagen del artista gitano.
Unos años más tarde, viviendo en la sierra a las afueras de Madrid, pasaba por el poblado de chabolas gitanas Pitis-La Quinta. Tenía una encina enorme y cabras y coladas sobre los escombros. Cuando fue arrasado en 2007 me pareció una vergüenza. Pero un representante de la Fundación Secretariado Gitanos (FSG) me asegura que vivir allí no sería un picnic.
Estas dos imágenes constituyen el estereotipo del pueblo gitano en España. Y es difícil ver más allá. No es que no exista otra realidad, pero los que la viven sólo lo consiguen convirtiéndose en “gitanos invisibles”, callando sus orígenes para evitar los prejuicios tan arraigados que aún existen, reforzados por los medios de comunicación y ciertos políticos. Y no sólo la ultraderecha.